Como ya les conté, estudié en el colegio Recoleta, de los padres SS.CC. Sin embargo, entre el profesorado había dos religiosas. (Nota: tengo un problema "severo".... No puedo llamar "curas" a los padres ni "monjas" a las madres. Tal vez sea por el sentido peyorativo que se les da a dichas palabras en su uso común).
OK. Les decía que en el colegio había dos religiosas y no sé si serían de la misma congregación. Una de ellas era flaquita y medio renegona. La otra era su opuesto: regordeta y reilona. Pero a ambas les encantaba una canción que nos hicieron entonar desde pequeños.
Y decía así:
"El trece de mayo la virgen María..."
El timbre de voz de la madre que me la enseñó era bastante peculiar: agudo, con un espantoso trémolo (vibración temblorosa) que lo único que logró fue que yo detestara tal canción. Es más: la cantábamos con una letra tergiversada, al igual que se hacía con el himno nacional. Por ejemplo:
"Somos libres, seamos lo siempre seamos lo siempre"
(en lugar de "seámoslo siempre")
"y antes nieve, suluces, suluces suluces el sol"
(en lugar de "y antes niegue sus luces el sol")
"condenado a una fruel serviduumbre"
(en lugar de "condenado a una cruel servidumbre").
En el caso concreto de El trece de mayo decíamos así:
"El trece de mayo la virgen María
bajó de los cielos acobadería".
(Tuvo que pasar más de una década para que me enterase de que la virgen María había bajado a Cova da Iría, en Portugal).
Bueno. La mencionada tonadita pasó a mi "lista negra" personal de canciones vetadas por mí misma - lista que en realidad es muy pequeña. Las de la confirmación resultaron más pegajosas, a pesar de que algunas tenían letra medio revolucionaria, como me lo hizo ver mi mamá cuando me oyó cantar alguna vez a voz en cuello:
"Creo Señor firmemente que de ti pródigamente todo este mundo nació
que de tu mano de artista, de pintor primitivista la belleza floreció.
Las estrellas y la luna, las casitas las lagunas,
los barquitos navegando sobre el río rumbo al mar.
Los inmensos cafetales, los blancos algodonales
y los bosques mutilados por el hacha criminal..."
"Yo creo en ti, Cristo obrero, luz de luz y verdadero unigénito de Dios
que para salvar al mundo, en el vientre humilde y puro de María se encarnó.
Creo que fuiste golpeado, con escarnio torturado
en la cruz martirizado siendo Pilatos pretor,
el romano imperialista, puñetero y desalmado
que lavándose las manos quiso borrar el error".
Definitivamente la canción venía de otro país y de otra realidad. Y sin embargo, era el hit de los quinceañeros "pitucos" que nos preparábamos para la confirmación en el 85. Aunque la tonada era mejor que la del 13 de mayo y además me la llegué a aprender en guitarra, también pasó a la "lista negra"... y es que suelo descartar aquello con lo que no congenio. Así que en lugar de remarcar las diferencias de clases (como esta canción) preferí poner mis esfuerzos en busca de la solidaridad y la convivencia pacífica.
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Vuelvo al tema del 13 de mayo.
Era 1995. Mi primer viaje a Roma. Iba con una tremenda mochila a la espalda y muchas ilusiones de conocerlo todo. En la mochilita de mano llevaba mi libro "Europe 1995 - On the loose", la guía de Berkeley para viajeros misios - aunque lo de "misios" suena realmente misio! El texto real decía: "the budget traveler´s handbook".
Además de visitar los lugares turísticos de interés, una de mis prioridades era asistir a una audiencia papal. Aspirar a una audiencia privada era demasiado, pero por lo menos iría a la pública. Muy contenta fui el lunes a sacar mi ticket (gratis) y el miércoles me encontré ingresando al aula Paolo VI, un enorme auditorio para más de 6000 personas, que se encuentra a un costado de la Piazza San Pietro (en el lado opuesto de la Capilla Sixtina). Una vez adentro, vi que el escenario era dominado por una gigantesca escultura de bronce llamada "La Resurrección" (20 x 7 mts), la cual - desde donde yo estaba - se veía como una zarza muy enredada.
De repente entró el Papa Juan Pablo. En mi mente aún retumbaba el "Juan Pablo, Segundo, te quiere todo el mundo" o el "Juan Pablo, amigo, el Perú está contigo" que habíamos coreado durante sus visitas en los años 85 y 88. Fue una gran emoción ver a esta pequeña figura de blanco, caminar y tomar asiento en el sillón central delante de la enorme escultura mencionada. Era el puntito blanco contrastando con esa figura marrón un tanto caótica.
Entonces el maestro de ceremonias iba dando la bienvenida a los peregrinos de tal lugar.... a lo que ellos respondían con un canto religioso típico de su zona. En un auditorio para 6000 gentes, las voces de un grupo de 50 personas se oye bastante bajo, a pesar de que ellos canten con todas sus fuerzas (felizmente no mencionaron a la peregrina del Perú, porque simplemente no se iba a escuchar ni jota). Después de mencionar a los diversos grupos de una región con tal idioma (por ej. inglés), se leía un texto bíblico, seguido por un breve discurso del Papa Juan Pablo... todo, en inglés (o la lengua de turno). Su habilidad para los idiomas era indiscutible! Todos aplaudíamos y de ahí se pasaba a mencionar al siguiente grupo de peregrinos con otra lengua.
Por fin llegó el momento en que el maestro de ceremonias dio la bienvenida a los visitantes de Portugal. ¿Adivinan cuál fue la canción entonada?
"A treze de maio, na Cova da Iria
no céu aparece a Virgem Maria".
De repente, a esas 30, 50 o no sé cuántas voces lusas se sumaron prácticamente todos los asistentes del auditorio. No recuerdo si habría estado lleno.... pero imagínense si hubiera estado a la mitad de su capacidad: 3000 voces cantando: "Ave, ave, ave María...."
Y animado por esas 3000 voces, el corazón venció a mi cerebro: yo también terminé entonando el segundo verso del coro de la canción vetada: "...Ave, ave, ave María". Es más: continué cantando una o dos estrofas más, en castellano, mientras que a mi lado un gringo lo hacía en inglés y otro en francés.
A medida que cantaba me di cuenta de que la imagen y la voz de las madres que me la enseñaron se desvanecían y eran reemplazadas por un sentimiento único de pertenencia a una gran familia llamada Iglesia. Exactamente lo mismo me pasó cuando estaba en la Marienplatz (la plaza de María) en el corazón de Munich. Andaba tomando fotos de las marionetas del carillón del Nuevo Ayuntamiento, cuando en eso escuché un murmullo. Dado que mi curiosidad no es poca, me acerqué a ver qué pasaba: un pequeño grupo de personas (turistas y locales) estaba de pie frente a una columna central. Subiendo la mirada descubrí de dónde venía el nombre de la plaza: arriba, coronando la columna, había una efigie de la Virgen María. Escuchando con atención, pude notar que estaban rezando el Ave María, cada cual en su propia lengua. Así que yo también hice un alto en mi paseo y me uní a ellos. Al terminar la oración, ya no éramos un puñadito de gente, sino algo como medio ciento. Cuando terminamos, nos sonreímos unos a otros y de ahí continuamos nuestros caminos.
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Otra vez me desvié. Vuelvo al 13 de mayo.
Hace poco, justamente el 13 de mayo, el Papa Francisco canonizó a dos de los pastorcitos, Francisco y Jacinta. El milagro que dio pie a la canonización ocurrió en el 2013: se trata de una curación sin explicación científica de un pequeño brasilero con un traumatismo craneal, pérdida de tejido cerebral, dos paros cardíacos, estado de coma severo y con poquísimas probabilidades de sobrevivir - y en caso de supervivencia, habría perdido diversas capacidades. Sin embargo, dos días después de la oración a través de los pastorcitos, el niño sanó y no presenta secuela alguna. Las pruebas existen y es algo que creyentes y no creyentes no podemos explicar.
Como les conté en otro post, mi formación religiosa es netamente cristocéntrica. Soy lo que se llama una "católica practicante" (no sólo porque voy a misa dominical, sino porque participo activamente en la parroquia). Sin embargo, las procesiones a las que asisto en el año son sólo dos: la de Domingo de Ramos y la del Corpus. Las demás tradiciones las veo de lejos.
Mi mamá es devota del Señor de los Milagros, porque su mamá le inculcó tal devoción (y hasta donde tengo entendido, mi abuelita era la gran promotora del Señor de los Milagros allá en Huaraz, donde vivían). He aprendido a respetar la devoción de mi mamá, pero la verdad es que no me atrae ir al centro, caminar aplastada por la gente (tengo paranoia de los rateros), marearme con el humo del incienso barato, escuchar las canciones de las plañideras, la intensidad de las bandas.... No sé. Hay bastante gente que participa con mucha fe en la procesión del Cristo morado, y la respeto. Pero lamentablemente también se infiltran bandidos para hacer su negocio (vendiendo esto o aquello) o peor: los que ponen cara solemne o llorona, mientras que caminan al lado del anda, y después de la procesión, su vida sigue igual de alejada del Señor. En fin, no me corresponde a mí juzgar sus corazones. Los dejo ahí.
Otra cosa que les puedo decir es que desde pequeña siento rechazo por esos "ataúdes" de vidrio en los que "descansa" una imagen en tamaño real de un Cristo o de algún santo. En general, me "duele el ojo" cuando veo algunas imágenes artísticas (pinturas, esculturas, estampitas....) que imagino ni siquiera van acordes con lo que alguna vez habrán sido los santos o el mismo Jesús. Basta ver una imagen del Sagrado Corazón, con un Jesús medio afeminado.... o al pobre San José, carpintero recio que lleva en su mano un lirio !!!.
Yo no imagino a los santos como personas con los ojos contemplando el cielo y con las manos juntas en posición de oración.... Los veo como personas normales, con amigos, con familia, con vecinos, con tareas cotidianas, y que - aunque tuvieron sus momentos concretos de oración en cada jornada - durante todo el día compartían su vida con la presencia divina. Su vida era una oración. Cada alegría, cada tristeza, cada sorpresa e inclusive cada enojo, era un momento para compartirlo con el Señor.
En cuanto a mi lado "mariano", éste se ha abierto recién a partir del año 2000, cuando nació el primero de nuestros tres hijos. Sin embargo, no llego al punto extremo de considerar a María como una semidiosa. Ciertamente la considero como la madre de todos los cristianos - me incluyo - y también la veo como la gran seguidora de Jesús. Pero no alcanzo a unirme a un grupo de devotos y comprometerme a hacerle un manto, un vestido, así como se suele hacer en los pueblos (inclusive he escuchado que hay lugares donde le cambian de ropa todos los días, como si fuera una muñeca. Ojo: hay quienes lo hacen con mucha devoción. Sólo que, por mi parte, no es mi estilo).
El Padre Harold Griffiths, gran predicador limeño (que será recordado por siempre), poseedor de una enorme fortaleza de espíritu, celebraba la misa de 12 en San Felipe Apóstol - mi parroquia. Un día que entré al templo buscando una guitarra, escuché cómo se le quebraba la voz al terminar su homilía: "Señora María! .... Señora María! ..... Señora María!" . Un silencio... y de pronto la gente lo aplaudió, mientras él se secaba un par de lágrimas. Nunca supe el contenido completo de dicha prédica, pero seguro que fue muy intensa como para que él mismo se emocionara así. Y sí, el padre Harold tenía una profunda devoción a María - que todavía me falta.
Pero bueno, quería llegar a un punto con este artículo. Justamente a raíz del 13 de mayo, me puse a recordar algunas conversaciones que tuve con un padre amigo - cuyo nombre no voy a mencionar (no sea que lo castiguen como al P. Arens o al P. Gastón.). Le pregunté qué pasaba si no me convencía mucho el tema de las apariciones, y me contestó que no pasaba nada. (Estaba leyendo que al Papa Benedicto tampoco le cuadraba mucho lo de los pastorcitos). Fui un poquito más lejos: hasta algunos dogmas. Y claro, se supone que los dogmas son dogmas; según un portal conocido (Catholic.net) un dogma es "una verdad absoluta, definitiva, inmutable, infalible, irrevocable, incuestionable y absolutamente segura sobre la cual no puede flotar ninguna duda".... Lamentablemente por ahí hay un par de dogmas con los que no estoy muy de acuerdo, y que - sin embargo - el que yo los acepte o no, no afectan la fe firme y profunda que tengo en el Dios uno y trino, en su Iglesia, en los sacramentos. Posiblemente si estudiara más, tal vez les encontraría algún sentido a dichos dogmas y descubra que estoy equivocada. O tal vez no. Tal vez me quede con la duda hasta el día en que (ojalá) toque las puertas del cielo. He bromeado varias veces al respecto con ese padre amigo, y le he dicho que me llevaré tantas preguntas para cuando esté cara a cara ante Cristo. Su respuesta ha sido: "Cuando estés frente a Él, cualquier preocupación habrá desaparecido".
Así que me quedaré con la duda hasta el fin de los tiempos, o mejor dicho, hasta que me toque gozar de la Vida Eterna! Porque eso sí: nadie me quitará la fe en la Resurrección.